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sábado, 24 de marzo de 2012

[Editorial] Como el Judío Errante.



"Enfermo llegué, y para componerme ando de vago."
The Mars Volta, Asilos Magdalena.
C
uando en tertulias etílicas (mejor conocidas como discusiones de borrachos) se alegan cuestiones para algunos sin importancia, se les suele descalificar llamándolas vaguedades, ninguneando al interlocutor al creerlo ignorante, o en este caso, incapaz de poder formular una idea respetable. Al hablar de vaguedades, pensamos en lo que no tiene un camino determinado; y por lo tanto, que carece de un rumbo fijo. En los hilos del pensamiento -incluso en las tertulias etílicas- el divagar es un vicio imperdonable que nos lleva por ideas discordantes que terminarían con la saliva de nuestro emisor y la paciencia del receptor. La vaguedad es pues, en sentido estricto, pura 'chaqueta mental'.
La vaguedad es también el 'crimen intelectual' por excelencia, por que destruye los esquemas establecidos sobre el orden de un discurso, es 'labor de locos', aunque las vaguedades de los locos tengan en el imaginario algo de misticismo, de premonición, de oposición, por carecer de sentido, o al menos de orden, por ser llanamente, una vaguedad.
Hasta ahora sólo hemos hablado de la definición de los intelectuales al servicio de intereses de una clase, o internados en ella; para ellos, una vaguedad sería toda obra popular pues carece de un trabajo 'intelectual' por ser una vil labor mecánica. La artesanía es un trabajo carente de espíritu. En cambio, la labor de escribir, esculpir, componer música y diseñar edificios está rodeada de un halo de virtudes liberadoras que la hacen más digna y por lo tanto más pura.
Así como para la cultura dominante son vaguedades las expresiones de la 'plebe', para la cultura popular es una vanidad cualquier expresión hecha por los 'estirados'. La propia condición de elitismo que la primera ha impuesto sobre la segunda provocó un desagrado que desembocó en una cultura popular disidente.
Y sin embargo en esta disputa cultural-clasista ignoramos el movimiento de la cultura en las clases. Por ejemplo, el huapango o el blues surgieron en la clase popular y tomaron conciencia como movimientos minoritarios y contraculturales que con el tiempo fueron asimilados por aquellos que, incluso en otros tiempos los prohibieron, y ahora hasta enaltecen. Otro ejemplo de este ciclo es el que tiene que ver con el ritmo del 'jarabe', que estuvo prohibido durante la Nueva España y ahora es parte del orgullo nacional. Si la cultura surge en las élites, las clases subalternas se apropian de aquélla y la transforman, después, tras un giro de tuerca, la clase dominante lo readapta y divulga la nueva interpretación de la manifestación. Así es la dialéctica de la cultura.
Vaguedades es una revista con una visión anti-clasista, en la que, por obvias razones, la vaguedad, la locura, la violencia, la soledad; y todos los temas que nos lleven por caminos inciertos, tienen cabida. Esta revista está dedicada a los poetas que vagan por el lenguaje en busca de la palabra precisa; a los historiadores que vagan por los archivos en busca de aquel texto del que vale la pena hablar; está dedicada a los músicos, quienes vagan por las probabilidades del lenguaje musical, –en especial a los compositores que vagan para encontrar la consecución precisa de notas que sean acordes con la canción–; a los locos que vagan como el Quijote, en sus propias ideas; y por último, dedicamos esta revista a los más vagos, a los filósofos que vagan por la mente y encuentran el camino a las nubes. Para todos estos y para los que no mencioné, les dedicamos esta revista.
En esta edición vagaremos por la poesía, con un meta-poema que habla sobre la labor del poeta y su relación con el Poder. Y justamente hablando de los poetas y sus intereses políticos, presentamos la segunda entrega de Las Trampas del Poder. Un estudio bio-historiográfico sobre Octavio Paz y su relación como intelectual con los gobiernos.
Hablaremos, por primera vez, y como lo haremos esporádicamente, sobre cine. En esta ocasión abordaremos Los Últimos Cristeros, una película que está por estrenarse en algunas salas y que por su temática, es poco popular, pero que competirá, de manera desigual, con otra película hollywoodense que martiriza a los cristeros, colgándose del prestigio de Jean Meyer, especialista en el tema, quien aparentemente los habría apoyado a la hora de hacer el guión, pero que, como siempre pasa con estas películas inspiradas en hechos históricos, los productores ignoraron sus recomendaciones.
Tras dos sucesos relacionados con los derechos de pensar: el caos ocasionado por la Ley S.O.P.A y la renuncia de Sealtiel Alatriste como coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, iniciamos una reflexión póstuma sobre la propiedad intelectual y los derechos de autor. También presentamos un cuento no apto para mentes sensibles, que muestra el lado underground de nuestro autor, sus reflexiones internas y su afán por explicar el amor (por siútico que parezca).
En la sección de crítica, presentamos una reflexión personal, y bastante ecléctica, a través de una canción conocida del autor rupestre, Rockdrigo González, de la historia en tiempos de la posmodernidad. Por último, en nuestra postdata, hablamos sobre lo que la jerarquía eclesial pide: libertad religiosa, y la interferencia del clero en los asuntos del Estado. Los invitamos a que, como el judío errante, vaguemos por esta lemniscata.

[Poesía] Möebius Ecléctico.


Ante las párvulas partículas de un Möebius grácil,
del nefando y diáfano piélago de la inmortalidad.
Ante las consignas endebles de un laxo pacto lábil,
ante el túmulo ígneo del émulo feral.
yergue se el vate, el trovador, el poeta, el bardo, el rapsoda o el juglar
ataviando con palabras el reclamo frugal
al crúor derramado, al orgullo casquivano
que atraído por la gárrula arenga
de un exiguo asesino, ignícola y temido
furente por lo ingente que aspira a ser.
Quiere destruir los lindes, impeliendo a sus febriles
mercenarios a someter al orbe ignaro
de sus indómitos e inefables planes, de su ánimo inestable
de retruécanos confusos para hacer que sus insulsos manes;
infestos de una furia irrefragable, no dejen piedra sobre piedra
a las pertenencias
de sus patéticos rivales, y en medio de éstos yacen
como siempre los civiles, lidiando
 con las pestes
de una urbe entorpecida por las lerdas milicias,
atrincheradas entre ruinas parecidas a lo que un día
fue un foro, un parque, un teatro; cualquier sitio recreativo
que la afrenta ha convertido en un desierto desolado
cuyos restos testimonio son del odio del demonio
que atormenta cada noche la inerme memoria
de la Historia humana de la mente putrefacta
que ha considerado que la poesía
es un juego de maricas que practican con palabras
que ellos mismos en su vida entenderían
Es por eso que el poeta, muere cada cierto tiempo
condenado a ser suicida, o enfermo de verdad
la verdad, malestar incurable
sufrimiento deleznable para aquel que es un imbécil y necio gobernante


[Ensayo] Octavio Paz o Las trampas del Poder [2].


“Prójimo lejano”.
Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben.
Sin entender comprendo: / también soy escritura
y en ese mismo instante / alguien me deletrea.
Octavio Paz, Hermandad
Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía.
Octavio Paz, El desconocido de sí mismo.
“Y
o no nací en Mixcoac pero allá viví durante toda mi niñez y buena parte de mi juventud.”[1] Comienza contándonos Octavio Paz en un ensayo sobre su infancia en ese pueblo. Nacido en 1914, hijo de Octavio Paz Solórzano, un joven abogado revolucionario que defendía las propiedades de los zapatistas y nieto de Ireneo Paz, novelista e historiador liberal; periodista, político e intelectual de su siglo y diputado del régimen porfirista; por lo que podemos imaginar al pequeño Octavio escuchando sus primeras disputas ideológicas en el núcleo de su familia. Como ya dije líneas arriba, era también hijo de una mujer española de la cual él admiraba su silencio, “más contundente que un tedioso alegato.”[2] Este doble conflicto (el nacionalista y el generacional) serán temas esenciales de sus obras.
Los primeros años de su vida serán trascendentales en su obra, y en esta en particular. Cuando niño, y durante la revolución, vivió en casa de su abuelo, pues su padre se fue a la revolución. En Claridad errante, nos cuenta sobre sus lecturas que hallaba en esa casa de Mixcoac, que para ese entonces ya no tenía tantos libros como en otros tiempos, pues como su abuelo cayó en desgracia tras haber sido expropiada su imprenta por el generalote Pablo González justo el mismo año en que nació Octavio, Don Ireneo tuvo que vender parte de su biblioteca para sobrevivir. Escuchemos al nieto hablar sobre esa los textos de su abuelo:
En la biblioteca de mi abuelo hojeaba embelesado muchos libros de historia antigua de México, casi todos abundantemente ilustrados[3]
Al igual que en su Itinerario nos cuenta sobre los otros libros con los que se encontró en ese refugio de su soledad:
En la biblioteca de mi abuelo, por lo demás, abundaban los libros con argumentos contrarios a su moderado antihispanismo y al más acusado de mi padre. […] el antiespañolismo de mis familiares era de orden histórico y político, no literario.
En Las Trampas de la Fe hace referencia a un ejemplar del Teatro de los dioses de la gentilidad que perteneció a Vicente Riva Palacio, que regaló a don Ireneo y que ahora era de su propiedad.[4] De nuevo la supuesta contradicción entre lo español y lo mexicano está presente, ahora en sus lecturas. La biblioteca del abuelo fue entonces el primer acercamiento a lo que sería su pasión, aquello que Don Ireneo le habrá heredado: la literatura. Aunque declarara que “le debó a él [Ireneo Paz, su abuelo] y a su biblioteca esas lecturas que me formaron.”[5]
Por todo esto podemos asumir que el pequeño Octavio no vivió los conflictos de la revolución, a excepción de la ausencia de su padre, y la muerte de su abuelo en 1924, cuando él tenía apenas 10 años. Brading afirma que Octavio Paz les debe aún más a su padre y a su abuelo por la formación ideológica, al hacerlo un romántico revolucionario[6]. No estoy del todo de acuerdo con él. Creo que por un lado Paz no era del todo revolucionario, pues bien puede considerársele uno de los primeros críticos de la revolución antecesora del PRI, y más bien, también comparte con su abuelo (e incluso con su padre) el desencanto por la revolución. Por otro lado, aunque en su juventud y aún en su edad mayor se sirviera del sistema revolucionario; a él mismo se le podría considerar el iniciador de la historiografía que cuestionara a la revolución y construyera el neoporfirismo[7].
Durante su primera estancia en Estados Unidos sus padres decidieron inscribirlo en el kindergarden en Los Ángeles, es ya muy conocida su anécdota del primer día de clases entre muchos niños que lo consideraron como a un otro,[8] y cómo aprendió la palabra spoon.
Al volver a México, lo inscriben en el Liceo francés, lasallista, conocido como el Zacatito. Y terminó sus primeros estudios en el Instituto Williams. Nos cuenta que:
En el colegio Williams me inicié (sin saberlo) en el método inductivo, aprendí inglés y un poco de boxeo. También el arte de trepar por los árboles y el arte de quedarse solo, en una horqueta, escuchando a los pájaros.
Al terminar sus estudios básicos ingresa en el Colegio de San Ildefonso, en donde aprendió de la generación que defiende en algunos de sus textos, conocidos como los Contemporáneos[9], por la revista en que publicaban, pues algunos de sus miembros fueron profesores de dicho colegio, como Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, quienes serían los primeros en publicar las obras de sor Juana, como él mismo lo menciona en su biografía de la misma, y que eran duramente criticados por ser extranjerizantes en medio del nacionalismo revolucionario. Por cierto que entre las biografías intelectuales que hizo Paz existe una sobre Villaurrutia[10].No cabe duda que la generación de éste lo marcó. Cabe señalar que fue en estos años cuando conoció a través de las letras a otra generación intelectual que lo –y nos– reconcilió con España: La generación de exiliados que llegaron durante el cardenismo. Entre ellos había dos intelectuales que influyeron y aún influyen en las generaciones actuales de historiadores mexicanos: José Gaos y José ortega y Gasset. Los escritos de este último, entre ellos El tema de nuestro tiempo, al igual que los textos de Samuel Ramos[11] contribuyeron para la elaboración de El Laberinto[12]
Ingresó a estudiar en la Facultad de Letras pero la dejó poco antes de finalizar sus estudios en 1936 para ir a dar clases el siguiente año en una escuela para hijos de obreros en Mérida. Después es invitado a viajar a España para formar parte de un Congreso de Escritores Antifascistas, al cual era invitado nada menos que por el propio Neruda. En España se encontró con otra ambigüedad: el encuentro con uno de sus orígenes y con vastos ejemplos de los intelectuales al servicio de los ideales de algún partido, en este caso, el comunista stalinista. Se sabe que durante este periodo escribió una serie de poemas, uno de ellos titulado No pasarán, a favor de la causa republicana[13]. Se alistó en el ejército republicano hasta que alguien le aconsejó que podría ser más útil en las letras que en las armas, así que volvió a México.
Durante la visita de Bretón a Trotsky a México en 1938 éstos inician a escribir un “Manifiesto para el arte revolucionario” que repercutió en la concepción que Paz tendría del arte a lo largo de su vida desde el punto de vista del surrealismo y que se vería más claramente en su interpretación de Primero sueño de Sor Juana[14]. Hay que señalar que para estos años nuestro autor también se ve influido por el existencialismo.
En 1939 se publican en México, a cargo de Villaurrutia, los primeros textos de sor Juana en la revista Taller de la cual Paz era miembro, y también se empiezan a escribir libros acerca de su vida. Ese mismo año se intensifican las críticas al comunismo stalinista al tener noticia Paz del pacto de no agresión entre Hitler y el mandatario soviético; además de las purgas del Komintern y años más tarde, de los campos de concentración en la URSS. Aquí se hace evidente su ruptura con la ideología marxista y su voz intelectual: el realismo social. Pero también con la crítica Trotskista a la intervención de la URSS en la Segunda Guerra Mundial.[15] No duraría mucho el descontento, y no por alguna reconciliación, sino por la muerte de éste. El 20 de agosto de 1940 “Trotski caía con el cráneo destrozado […] allí donde residía su fuerza.[16]” Dos años después se uniría con un grupo crítico del comunismo encabezado por Víctor Serge y del cual dice: “Su crítica me abrió nuevas perspectivas pero su ejemplo me mostró que no basta con cambiar de ideas: hay que cambiar de actitudes. Hay que cambiar de raíz”[17].
En 1943 dejaría México para irse a vivir a EU. “Paz comenzaría su reeducación literaria, intelectual y política”[18] Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, sería testigo de la formación de la ONU. En esos años y hasta 1968 trabajaría en el servicio diplomático, perfecto pretexto para poner en práctica su nueva actitud.
Es absurdo condenar la participación de Paz en la burocracia Priista, recordemos que en este tiempo es el oficio de los intelectuales de la revolución. Por ejemplo, Vasconcelos, quien lo incluyera en la política cultural, también formó parte del Estado; pero valdría la pena cuestionar si los individuos que hoy ocupan esos cargos tienen siquiera un poco del talento que caracterizó al propio Vasconcelos, Torres Bodet, Vicente Lombardo Toledano o al propio Paz. Muchos años después, el propio Paz describiría a esta generación de intelectuales al servicio de la Revolución:
“La realidad es que nuestros intelectuales fueron herederos de una vieja clase teológica, enamorados de las explicaciones globales en lugar de observar nuestras particularidades.”[19]
Durante toda la obra sobre sor Juana nos hace referencia a la participación de los “intelectuales novohispanos” en su época, de lo cual hablaré en su momento. Por ahora, basta con decir que en los 40’s, cuando él trabajaba en esa burocracia, no había critica al respecto.
En esos años, 1947 para ser precisos, le es encomendada la labor diplomática en la embajada de México en Francia, donde trabajaría hasta ser nombrado embajador en la India. En estas fechas es bien sabido que Paz se codeó con toda la élite cultural parisina, esta experiencia también abrió su espectro de interpretación.
Para 1950 escribe y envía desde Paris un artículo en la revista Sur sobre los motivos por los cuales dejó de escribir sor Juana Inés de la Cruz. También en ese año la incluye en el Laberinto de la Soledad; en éste la dibuja al lado de Sigüenza y Góngora como los héroes literarios de la Nueva España. Influido por un texto de Edmundo O’Gorman,[20] fundamenta el sentimiento de desgarramiento de sor Juana y al tiempo confirma la contradicción elemental del mexicano y la expresión de su negación en el silencio. Mismo silencio que él tenía con respecto a sus relaciones hacia la hegemonía política priista.
Sería fútil hablar de la elaboración de este libro después de todo lo que se ha dicho sobre él. Además no es el tema de este ensayo, por lo cual a partir de la anterior explicación sobre cómo llegó Octavio Paz a esta primera anagnórisis ideológica –la negación y crítica de su pasado marxista, por ser una nueva escolástica–, la cual era importante para entender su constante cambio de forma de pensar y como se forma la obra; nos dedicaremos casi exclusivamente a hablar de la relación que hay entre su vida y la obra a analizar.
Hay que decir que los años posteriores a Laberinto son de una vasta producción poética, aunque también lo fueron, significativamente, del ensayo. Es la época de sus “auténticas primeras letras”, como él mismo las llamaría.
En 1962 es nombrado embajador de México en la India, con lo cual se encontraría de frente con el mundo oriental y alimentaría su visión intelectual a través del conocimiento del tantrismo y otras corrientes del pensamiento.
Durante su estancia en Francia conocería la obra y en persona a uno de los intelectuales que más influirían en su interpretación histórica: Claude Levi-Strauss. Ya en la India escribiría una biografía sobre él en la que hace una explicación del estructuralismo.[21]
Digámoslo con todas sus letras: es aquí donde conoce la tan llevada visión del otro que lo caracteriza y por la cual sería tan apreciado por los pocos académicos que lo leen. Es la misma con la que años más tarde trataría de justificar su vida.
1968 es un año de ruptura y Octavio Paz no sería la excepción. Tras enterarse de la masacre de Tlatelolco, Paz renuncia a su cargo en la embajada de la India y regresa a México para fundar la revista Plural. Este quiebre político sería el motor que lo llevaría a hacer una crítica de los gobiernos priistas, aunque siguiera recibiendo favores de la élite.
Escribe su Postdata en la que hace una “Crítica a la pirámide”, en ella refiere cómo es que los gobiernos no han cambiado en nada. Idea que años más tarde incluiría en Las Trampas de la Fe. En esta obra nos dice: “Han cambiado la retórica y las ideas, no el movimiento general de la historia.”[22] Don Octavio siempre tan ambiguo nos deleita con otro de sus aforismos sobre la historia, de los cuales tendré que hablar en futuras líneas. Mientras tanto debemos hablar un poco sobre esa revista por la que tuvo tantos conflictos con el poder hegemónico del PRI.
La revista Plural fue fundada según el propio Paz nos dice:
[…] porque nosotros no somos políticos, somos escritores que no creen que la escritura deba estar al servicio de nada. Sin embargo, entendemos que quienes escriben tienen la necesidad de decir lo que piensan sobre la realidad política. De allí que la hayamos nombrado Plural: visión pluralista y particular, diversidad frente a una visión homogénea de la sociedad.[23]
Sería la revista de otro grupo de intelectuales, mismo que criticaba a los intelectuales burócratas, incluyendo a los más ortodoxos marxistas:
Por otro lado y refiriéndonos a su contraparte, si han existido intelectuales liberales [aunque] en estas fechas han sido siempre una excepción. Liberales en el viejo sentido, no en el moderno de Estados Unidos porque, creo, los liberales de este país en realidad son social-demócratas. Hablo de intelectuales como Cosío Villegas y otros que no mencionaré porque están cerca de mí –y yo soy uno de ellos.[24]
A partir de ese momento deja su sitio de confort, creado a partir del apoyo económico del gobierno en la escritura de sus obras, aunque nunca dejó de recibir honorarios por parte de ambas élites, la política y la económica. La crítica que funda en Plural, parte del estilo del periódico de la cual esta revista era suplemento cultural. El emblemático Excélsior de Julio Scherer fue el más claro ejemplo de lo que en el  próximo número abordaremos: la relación entre los periódicos y los gobiernos que los subsidiaban o subvencionaban.


[1] Octavio Paz, Claridad errante, Poesía y prosa. México, FCE. 1996. P. 61.
[2] Octavio Paz, Itinerario, Óp. Cit., p. 24.
[3] Paz, Claridad errante, Óp. Cit., p. 71
[4] Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe, México, FCE, 1983 (tercera edición), p. 120.
[5] Octavio Paz, “Silueta de Ireneo Paz”, en Paz, Ireneo, Algunas Campañas,  t. II, México, FCE, 1992, p. 418.
[6] A. Brading.
[7] Sobre Paz y el neoporfirismo, cf. Bloch, Avital, H. “Vuelta y cómo surgió el neoconservadurismo en México” en Culturales, julio-diciembre, año/vol. IV, número 008, Universidad Autónoma de Baja California, Mexicali, México, 2008, pp. 74-100.
[8] Paz, Itinerario, Óp. Cit. pp. 15-16.
[9] Por ejemplo en Ibídem, p.20.
[10] Octavio Paz, Xavier Villaurrutia en persona y en obra, México, FCE, 1978. 85 pp.
[11] Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México. México, 1934.
[12] Paz, Itinerario, Óp. Cit. 27.
[13] Véase el apéndice 1 en Xavier Rodríguez Ledesma, El pensamiento político de Octavio Paz: Las trampas de la ideología, México, Plaza y Valdés, 1993, 359 pp.
[14] Para la relación de Paz con el surrealismo véase Greg Dawes, “Octavio Paz: el camino hacia la desilusión” en Jaimes Héctor, coord., Octavio Paz: la dimensión estética del ensayo. México, Siglo XXI, 2004. 314 pp.
[15] Paz, Itinerario, Óp. Cit., p. 70
[16] Ibídem, p.74
[17] Ibídem, p.75
[18] Enrico Mario Santí, “Los pininos de un chamaco: los primeros escritos de Octavio Paz” en Jaimes, Óp. Cit. p. 22
[19] Charla de Austin, tomado del blog de Jesús Silva Herzog Márquez, p. 6/10 en archivo digital. En adelante, citado como Charla.
[20] Edmundo O´Gorman, Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, UNAM, 1947.
[21] Octavio Paz, Claude Levi-Strauss o el nuevo festín de Esopo, México, Joaquín Mortiz, 1967.
[22] Paz, Las Trampas de la Fe, Óp. Cit., p. 25.
[23] Charla, p.10/10
[24] Loc. Cit.

[Proyector de Ideas] Los Últimos Cristeros.


Los Cristeros no son de derecha ni de izquierda, son del Cielo. 
Matías Meyer.
E
l pasado 27 de febrero en torno al Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) se presentó en el teatro Javier Barros Sierra de la FES Acatlán el largometraje Los Últimos Cristeros, de Matías Meyer, basada en un par de libros, el primero, una novela de Antonio Estrada, hijo de uno de los últimos cristeros, Florencio, el Coronel Estrada y el otro que es una crónica llamada Testimonio de un Cristero, del coronel Barragán; además de toda una recopilación de imágenes al respecto que ayudan a construir la fotografía del filme.
Esta película, que no quiere ser una apología de los cristeros, ni una caricatura, pero tampoco busca explicarlos, sino sólo contemplarlos por que trata justamente de mostrarnos cómo cree el director –basado en algunas fuentes verídicas– que vivieron los soldados de Cristo que pelearon en el Bajío tras el pacto entre la iglesia y el Estado, por defender, aparentemente, su religión ante la persecución de éste último. Al respecto, el director menciona una anécdota que contaba algún cristero al padre de aquél –El historiador Jean Meyer– “Imagínese que el Gobierno es el padre y la madre es la Iglesia, y el pueblo somos todos sus hijos, ¿Qué pasa cuando el papá le pega a la mamá? Pues que los hijos salen a defender a su madre.” Más allá de que creamos o no en lo que estos hombres creían, vale la pena escuchar cómo pensaban sobre aquella guerra fratricida, una de las últimas guerras civiles de México en el siglo XX.
Con una magnífica fotografía, usando de escenografía uno de los pueblos donde se desarrollaron batallas cristeras; Matías Meyer nos muestra en esta su tercera película –que él mismo considera un western, a pesar de no tener más que una escena violenta–, al Coronel Estrada y a sus hombres en los últimos días de su vida, durante la persecución que sufrieron estos últimos cristeros por parte del gobierno callista a pesar de la amnistía. Pero nuestro autor no nos muestra a unos mártires religiosos –como si lo hace la versión hollywoodense– sino a los hombres reales, si se puede usar la palabra, o más bien, a seres humanos.
Si a usted le gusta ver sangre y maniqueísmo, querido lector, vaya este 21 de abril a ver Cristiada, la película Hollywoodense sobre este conflicto armado. Si estas películas no son su fuerte, busqué dónde se presentará próximamente Los Últimos Cristeros, por que ésta no está producida por la gran industria del entretenimiento y la nostalgia. A pesar de ser una película que se mueve despacio, con tomas muy largas, Matías Meyer nos pide paciencia para poder, al igual que él, contemplar esta película, pensarla en el momento, crearse emociones muy personales, y si no se está acostumbrado a ese tipo de cine, pues a echarse una pestañita, en lo que agarra callo. Te invitó, apreciado lector, a que veas esta película que puede causarte sensaciones que no te muestra el típico cine de acción y violencia, con todas las licencias que se permite y que se cuelga del renombre de historiadores como Jean Meyer, para justificar todos los errores que cometen. En el próximo número de esta revista, hablaremos de Cristiada. Acompáñennos.

[Crítica] No tengo tiempo

Reflexiones en torno a la historia en tiempos de la posmodernidad

“Navego en el mar de las cosas exactas,
enclavado en momentos de semánticas gastadas.
Y cual si fuera una nube, esculpida sobre el cielo,
dibujo insatisfecho mis huellas en el invierno.”
‘Rockdrigo’ González

‘S
i hay algo en común entre los seres humanos es su insatisfacción y su contrariedad’. Es contradictorio que el hombre (y la mujer) busquen satisfacer sus necesidades sociales a través de ritos excluyentes; y ese desprecio de lo ajeno (de cómo piensa el otro) recrimina y descalifica, pero a la vez influye para que, posteriormente ambos pensamientos se fusionen para cambiar el anterior. Bajo esta premisa trataremos de explicar la posmodernidad y su conflicto voraz contra la modernidad.
Han pasado poco más de cinco siglos desde que la modernidad tomó parte activa en la historia de la humanidad, y las repercusiones de la misma son incalculables. Por un lado, el avance científico-tecnológico es impredecible, día a día estamos más informados de lo que pasa en todo el mundo, de los descubrimientos que buscan satisfacer nuestras necesidades ‘elementales’; mientras que por el otro, el capitalismo va devorando todo a su paso: el individuo queda sujeto a normas sociales que son inmutables, otro invento de la modernidad. El término ‘moderno’ debe ser cuestionado desde un principio; este cognomen acuñado por un grupo de protoburgueses intelectuales que buscaban una identidad distintiva, y alejarse –por paradójico que pudiera sonar– del conocimiento dogmático de las universidades a manos de la iglesia católica, impusieron una ‘era moderna’ sobre aquella etapa ‘oscura y llena de retraso’ que –como hijos malagradecidos–llamaron ‘Edad Media’. De ahí en adelante, todo aquel que no quisiera abdicar a los deseos de la Razón y la ciencia, sería considerado como ‘individuo con mentalidad medieval’ y llevado ante los inquisidores del Tribunal de la Ciencia: los intelectuales. Poco a poco, y de cuando en cuando se fueron reafirmando estos principios en la sociedad; y se fue imbuyendo en otras disciplinas y en las formas del pensamiento el precepto de la ciencia y las normas sociales; las leyes, las instituciones y todos los hijos de la modernidad se legitimaron a sí mismos, imponiéndose la ciencia como religión absoluta del siglo XX. La historia –al igual que otras disciplinas– se convirtió al cientificismo, y se obsesionó con la búsqueda de la verdad histórica; entonces se supeditó la manera de contar la historia (crónicas) a los datos históricos (fuentes).Con el paso del tiempo, dos grandes bloques dogmatizaron al mundo: Oriente y su ciencia marxista requería cambiar a todo occidente para poder gobernar sobre éste; Occidente y sus ciencias sociales, ya fuera la resaca intelectual del positivismo o la escuela de los Annales, combatieron al villano por antonomasia, la URSS. Tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética triunfó el paradigma occidental, que, disfrazado de ‘posmodernidad’, ha asimilado la postura anticientífica del historicismo y ha adoptado a la antropología –para algunos, ‘la disciplina espía del capitalismo’– a su método, para cuestionar a su antecesora, la modernidad.
Hay que recordar que, como afirma Ankersmit “el aroma de un período sólo puede aspirarse en un periodo subsecuente”[1], pero tampoco hay que olvidar que casi todos los periodos –siguiendo el ejemplo de los hijos ingratos–descalifican a sus padres y reivindican a sus abuelos. Todo este rescate de los clásicos grecolatinos y la reivindicación de los modelos antiguos que caracterizó a la modernidad, es criticado por la posmodernidad mientras que la mote juste (palabra justa) tan recurrida en los discursos de apropiamiento de tierras por parte de los vasallos o de un señor feudal, es reivindicado y retomado.
Pero como ya dije líneas arriba, el historicismo ya cuestionaba la cientificidad de la historia. Sólo hay que recordar a O’Gorman afirmando que:
“el verdadero y oculto fin, consciente o no, detrás de la llamada historiografía científica es tratar de proporcionar fundamento empírico a doctrinas totalitarias de una supuesta ética social, tales como la de la uniformidad natural del hombre y la que concede primacía al ambiente socioeconómico sobre el temperamento y genio individuales”[2]
En pocas palabras, si en otro tiempo, se unificaban los reinos a través de la religión; ahora era necesaria la ciencia como aparato ideológico sujetador.
Claro que parafraseando a Matute, “si [lo anterior] se le hubiera ocurrido a un anglófono, francófono [o un germano parlante]… ya le hubiera dado la vuelta al mundo, y los hispanohablantes, sumisos, lo hubiésemos adoptado de manera entusiasta”.[3]
El conflicto parte entonces, de lo que Nietzsche había afirmado un siglo antes “Dios ha muerto” y “Los hombres acabaran adorando un asno de metal”. La ciencia suplió a la religión, y ‘evangelizó al mundo’ bajo ese dogma de lo comprobable. Pero no faltó quien, como “el hombre más feo del mundo” matara al nuevo dios usurpador y dejará a los hombres inmunes a su entorno social. Por eso cabe señalar que los Annales –último baluarte de la modernidad– ya andaba ‘más allá que acá’ en cuanto a la posmodernidad; la pérdida del compromiso por la historia ciencia, se reflejó en su poca teoría, además fueron los primeros en proponer un estudio de temas que no eran trascendentes para la historia dominante[4]. No es de extrañarnos entonces que sea precisamente uno de los últimos ‘analistas’ el padre del posmodernismo. Foucault es entonces ese hombre que mata a Dios.
Es precisamente esta pérdida de las religiones y posteriores ideologías la que aprovecha la posmodernidad para legitimarse en una actitud que ya se advertía como nihilista y falta de fundamento; premisas posmodernas basadas en el discurso como “te estoy mintiendo” cobraron frutos para la descientificación de la historia. Las temáticas se habían desgastado y la historiografía necesitaba nuevos objetos de estudio. El factor que concentra la atención de los apologistas de la posmodernidad es justamente el exceso de información, pero la modernidad sigue ‘metiendo sus narices’ y entremezclándose con lo posmoderno;
“Todos estamos familiarizados con el hecho de que cualquier área imaginable de la historiografía está produciendo anualmente una cantidad abrumadora de libros y artículos, lo que hace imposible tener una visión que abarque toda esa producción[5]
Pero aquí en México ya se nos advertía de lo que ocasiona el acceso a tantos estudios:
“Estamos inundados… por ese inconmensurable volumen de producción historiográfica con que a diario se ve bombardeado el pobre historiador y de la cual se supone debe enterarse, so pena de muerte académica”[6].
¡Y eso que cuando se publicó este artículo no existía Internet! Tanta información nos tiene ‘como perro en periférico’[7].
Además del abuso de fuentes, la importancia de éstas yace en la información misma y no en lo que informa; predominó el autor sobre el contenido de la obra, profundizando más en la fuente que en el propio hecho. Es por eso que Foucault propone que:
“Lo que importa es exclusivamente el texto, no el contexto en que se origina… es eliminar al autor como factor relevante en la producción de textos, y al desaparecer el autor, la intencionalidad y el significado también desaparecen del texto… La historia pierde su relevancia[8]
La contradicción aquí parte de la idea de emancipar a la obra de su autor; cuando como todos sabemos, el lenguaje va cambiando y por lo tanto, para entender el mensaje, es necesario el comprenderlo desde el tiempo en que fue escrito. Por ejemplo: Hernán Cortés, al describir a la gran ‘Temiztitán’ menciona que
“hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos, de muy hermosos edificios […]y entre estas mezquitas hay una, que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella; por que es tan grande, que dentro del circuito de ella que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos”.[9]
No podríamos explicar el texto, si no comprendemos la razón del pensamiento de la época. En el momento en que Cortés llega a México, existe en el imaginario colectivo peninsular la idea de lo musulmán como algo herético.
La historia entonces no está tan pérdida. Esta visión escatológica de la historia se ha mencionado en tantos artículos, que sería paradójico enumerarlos, por lo antes referido y lo complicado que resulta consultarlos.
Aun con eso, cabe señalar que en nuestros días, la modernidad sigue latente en el grueso de la población. A pesar de que la posmodernidad se manifiesta en los medios y de facto en la mentalidad de la mayoría de los habitantes; el discurso político (iure) e inclusive el de la mayoría de la gente está enfocado a la idea de progreso. La exaltación del individuo y no de la sociedad es para muchos, un gran paso hacia la igualdad. Este discurso contiene en si mismo ambas ideas opuestas y concebidas de manera ‘sincrética’. Pero si, como dijimos al principio, la historia nos habla de individuos contradictorios; no es de extrañar que en un periodo en el que se está gestando lo que gustan llamar posmodernidad, las contradicciones estén a flor de piel.
Si, como posmodernistas que fuéramos, ironizáramos al respecto, la historia ya no está en pañales, como afirmara Bloch, sino que ha llegado a la adolescencia y este conflicto con la modernidad no es distinto al que tiene el hijo con el padre, recriminándole su severidad; y la consecuente reacción de la modernidad no es otra cosa que la que manifiesta el padre, mientras trata de anticuado al abuelo, reprime al hijo por inmaduro[10].
Por último, tanto las condiciones sociales, como la posmodernidad misma, han abierto la posibilidad de trabajar la cultura popular, su relación directa con la cultura dominante y lo que, en lo personal llamaría ‘cultura popular obediente’ y ‘cultura popular disidente’, que conviven de manera constante, se entremezclan y aportan elementos catárticos a la sociedad. No nos extrañaría entonces que sea factible trabajar un ‘historia del albur en México’ desde tres elementos de la crisis de la modernidad y la respectiva posmodernidad: las mentalidades, el giro lingüístico o el estudio de las clases populares.
Por lo tanto, el conflicto de la modernidad y la tan evocada posmodernidad–como si los hombres en la Edad Media, se autonombraran medievales–.Sólo es un ‘ritual de paso’ por el que transcurre la historia; así que, no podemos descalificar la teoría de la historia, pero es momento de empezar a cuestionarnos, ¿Dónde nos ha llevado la cientificidad de la Historia?


[1]F.R. Ankersmith, “Historiografía y posmodernismo” en Luis Gerardo Morales Moreno (Comp.) Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, p. 60
[2]Edmundo O’Gorman, “La historia: Apocalipsis y Evangelio” en Historiología: Teoría y Práctica, México, UNAM, 2007, p. 203
[3] Álvaro Matute, “advertencia preeliminar” en Ibid., p.VI
[4] Julio Aróstegui, “la renovación contemporánea de la Historiografía”, en La Investigación Histórica: teoría y método, Barcelona, Ed. Crítica GrjalboMondadori, 1995, p. 107
[5]Ankersmit, Op. Cit. p. 47
[6] O’Gorman, Op. Cit. p.193
[7]Creo necesario hablar del profeta del nopal, como un testigo consciente de la posmodernidad en México. Y para enfatizar más en este punto, es necesario trabajar sobre su discurso.
[8]Georg Iggers, “el giro lingüistico: ¿el fin de la historia como disciplina académica?”, en  Historia… Op. Cit. p. 217
[9] Cortés Hernán, La gran Tenochtitlán, México, UNAM, 2004, p. 17
[10] Esta idea del hijo, el padre y el abuelo no es más que la idea de Hegel de tesis, antitesis y síntesis con una explicación más coloquial.