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martes, 24 de enero de 2012

Cómo leer en bicicleta, de Gabriel Zaid.



Entre la inmensa cantidad de textos que se entremezclan en un puesto de libros usados, descubrí hace unos días uno que llamó mi atención: Cómo leer en bicicleta de Gabriel Zaid. Desde luego que lo tomé pues el nombre me atrajo considerablemente, y sin revisar la contraportada, ni mucho menos leerla, lo compré y me apresuré en llegar a mi casa esperando disfrutar de aquella lectura. No me defraudó.


Meses antes había leído una compilación de ensayos que realizó CONACULTA a la cual titularon El costo de leer y otros ensayos que amenizó mis horas muertas en el transporte público durante unos días, mostrándome las grandes limitaciones con las que contamos a la hora de elegir una lectura y cómo la sobreproducción de literatura de mala cantidad ha sobrevaluado la industria del buen libro. Desafortunadamente, en una venganza por parte de la Mafia literaria que él tanto delata y ningunea, ese libro no está disponible en librerías y sólo es posible encontrarlo en la biblioteca Vasconcelos y otras tantas de CONACULTA, a costa de ceder los datos personales a una dependencia como la antes citada. Como se podrá ver, yo ya había corrido el riesgo.


Algo que noté en ambos libros es la buena administración de las palabras y las ideas; la organización en el orden de los ensayos y el uso de un lenguaje que los lectores agradecemos profundamente, sobre todo después de leer libros teóricos cuyo afán de legitimidad parecería centrarse en la complejidad de sus palabras; no confundamos la facilidad del lenguaje, con la mala calidad literaria. Por eso, Gabriel Zaid es un autor que no busca decirnos lo que queremos oír, sino que nos reta, nos reprocha, nos cuestiona, nos altera… nos hace pensar mientras nos entretiene.


Cómo leer en bicicleta supera con mucho a El costo de leer (del cual hablaré en otro momento). A lo largo de casi doscientas páginas que se pueden leer apaciblemente en una sentada, o bien en varias sesiones claustro-sanitarias, el autor nos invita a pasar por las tertulias literarias, haciendo pública la pequeña vida intelectual de México en los años sesenta y setenta.


Rompiendo con lo políticamente correcto, y en un acto de cinismo, nos confiesa que le convino hacer crítica político-literaria ser un soplón de la república de las letras. Cuando nos anuncia el contexto en el cual escribió este conglomerado de ensayos, nos atrae aun más a leerlo.


A lo largo de las páginas y los textos delatores de la corrupción en los círculos literarios; Zaid nos muestra gradualmente las deficiencias de los intelectuales de este país, desde el interés en que los profesores de universidades provincianas de los Estados Unidos hagan crítica literaria antes de que se le ocurra a un connacional, pasando por la propuesta de ser un país para las visitas ejemplar, hasta las deficiencias en las antologías poéticas y la pobreza de la crítica literaria, pidiéndonos a gritos un utópico escritor que quiera leerse toda la obra escrita en los principales centros del mundo y reseñar cuanto texto le llegue a las manos, sin amigos que influyan en sus decisiones, ni necesidades económicas, gran hombre de letras, totalmente independiente, que no sea un fracasado y que quiera impulsar a la chipil literatura mexicana.


Al buen lector que, sin embargo no le interesan los chismes de vecindad librepensante, podrá parecerle toda esta primera parte una lectura inútil de rumores mal infundados que sólo muestran importancia para ese cinco porciento de mexicanos que lee. Pero su objetivo principal –y el cual no hemos referido– no es hacer un tvnotas intelectual, sino denunciar algo que nos había pasado desapercibido a los demás: La gran mayoría de los intelectuales al servicio del Poder omnipresente de la figura presidencial son los que han provocado esta corrupción. Sin duda lo que pasa en la superestructura también repercute en los hechos de este país. La censura y represión que hay sobre los intelectuales por parte del gobierno priista son la envidia de otros países [comunistas y liberales] a los que les cuesta más trabajo controlarlos. Todo esto parece concluir con una protesta frontal a los crímenes de 1968, de los cuales reprocha la complicidad y la falta de valor a la hora de indignarnos; “Estamos dispuestos a matarnos antes que a franquearnos” nos dice, no nos extrañe pues que nuestros gobiernos prefieran el genocidio y los crímenes de guerra antes que sentarse a discutir. Pero la crítica no es ese acto destructor que solemos practicar todos los días hacia aquellos que subestimamos. Es un hecho consciente y con fines productivos, no como lo que concebimos hoy en día respecto a nuestros gobernantes. “Tenemos que curarnos de esta ilusión piramidal, hasta hacernos más responsables de los minúsculos poderes que sí tenemos, en vez de pasarnos la vida esperando a que el siguiente mandamás haga buen uso de su poder”.


Qué paradoja enfrenté al leer la contraportada, pareciera que en otro desquite por parte de la industria editorial que tanto critica le otorgaron un elogio rimbombante de los que tanto satiriza.


Gabriel Zaid es, entonces, un intelectual de esos de la corriente alterna, como le llamaba Octavio Paz, divertido, pero no por eso frívolo; al contrario, por ser entretenido nos parece más digerible la intragable realidad nacional de la que habla, que al parecer no ha cambiado en nada.

[Náyade]

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos […]
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.“

Pablo Neruda, Poema XX


La encontré en la esquina de 5 de Mayo y Monte de Piedad. Estaba tan linda como cuando la conocí, sólo que en ese entonces no apreciaba su hermosura exótica como ahora que ya no está a mi lado. Fue algo extraño, yo caminando y ella ahí, con su oei cruzando la misma calle que yo, a contraflujo; confirmé en ese momento lo que Artemisa me dijo meses antes: “ella ya hasta se juntó y tú ahí sigues sufriendo por ella”. Desde luego yo le respondí que ya no me importaba, que era una más, que estaba seguro de que un día de estos, cuando menos lo esperara, me encontraría una mujer mejor que ella. Artemisa sólo rió, me irrita que se burle de mi situación, no nada más porque hace mofa de mi soledad, sino quizá porque es verdad lo que afirma, sigo sufriendo por ella. ¿Por qué diablos una mujer tan lejana de los estándares de belleza me atrajo tanto al grado de permitirme caer en los más profundos conflictos con mis demonios internos, de buscar un modo tan infame para olvidarme de ella?

La conocí una tarde en el colegio, justo en mi último año de estudios en ese lugar. Llegué a tomar mi clase de las seis en ese salón del fondo que estaba tan cerca de la salida que podíamos ver cuando las antagónicas filas de aquellos grupos de choque de derecha e izquierda se enfrentaban.

–Hola –dijo mostrándome esa sonrisa peculiar que usaba en momentos vergonzosos, la misma que utilizó esta mañana al cruzar la calle y verme ahí, como a un muerto.
– Qué tranza – contesté como es costumbre en mí hacerlo cuando saludo.
– me llamó Náyade.
–Órale, ¡que interesante nombre! –dije con un tono un tanto sarcástico.
Ella sólo contestó con la misma mueca que la caracterizaba.
– ¿A poco tocas la guitarra? – Preguntó al mirar el estuche tras mi espalda.
– No, sólo la traigo para farolear, cuando no tengo nada más que hacer.

Tal vez mi comentario no sería tomado a mal y yo podría seguir divirtiéndome con sus preguntas tan sosas y simplonas. Igual y un día de estos la invitaba a un toquín, –pensé– nos diéramos un toquín , aplicara la misión, ahí me la ligara y la volviera mi groupy oficial, por contradictorio que les parezca a los conocedores.

Mientras fantaseaba con esos quiméricos ensueños de músico de rock en formación, llegó Lizzy; una chica con quien acabada de tener la clase anterior aunque no me atreví a dirigirle la palabra, a pesar de que ambos sabíamos nuestros nombres. Una ocasión entramos al mismo curso de canto, ella porque quería y a mí porque me obligó mi banda pues decían que era venerable en Beethoven el hecho de que haya compuesto una obra casi completamente sordo, pero no era igual ver a un vocalista medio sordo, como lo era yo, berrear y ni siquiera aproximarse a las notas de las canciones y aun así ser el compositor de las letras. En ese lugar en el que entramos a aprender a cantar nos conocimos de vista, pero nunca nos presentamos formalmente, yo me salí de esa clase en cuanto nos dijeron que iban a cobrar y no nos volvimos a ver, hasta esta nueva ocasión en la que nos reencontrábamos en la clase de filosofía. Tal vez por que nunca he sido una persona muy segura de si misma y, por paradójico que suene, no sé –ni me importa– lo que las otras personas piensen de mí, decidí mantenerme alejado de ese par. Se saludaron por sus nombres, lo cual me hizo suponer que se conocían y justo en el momento en el que emprendía la graciosa huída, Lizzy me miró y me preguntó:

– ¿Tú no eres el que estaba frente a mí, interrumpiendo en la clase del profe Rafael?
– Tal vez, a no ser que haya sido mi gemelo maldito que entró en mi lugar mientras yo me hallaba amordazado en un baño hasta que algún conserje me sacó de ahí y pude desquitarme, o puede ser también que yo sea ese alter ego perverso y mi otro yo siga atado en algún lugar por ahí hasta que alguien lo encuentre.

Justo cuando esperaba recibir un “no mames” como respuesta, ambas rieron y me miraron como al freak que siempre ameniza –y amenaza– las conversaciones con sus absurdas interrupciones. Aunque en ocasiones era visto como un payaso, la mayoría de la gente veía en mí alguna seguridad, que en lo personal no creo tener, y que en ese entonces me hacía parecer como un loco más de esos que te encuentras en CCH y sabes que no pierdes nada al conocerlos. Lizzy y Náyade entraron al salón y me invitaron a pasar y sentarme junto a ellas. Como todavía no llegaba el profesor, siguieron platicando de cosas que yo desconocía –y en lo particular no quería conocer– sobre los años anteriores en los que convivieron –y con-bebieron– en el colegio.

Unas semanas después de esa fatídica experiencia, luego de conocerlas más profundamente y darme cuenta de que eran buenas chicas, decidí aproximarme más seriamente a Náyade. Empecé a descubrir virtudes en ella que me eran extrañas en un principio, afinidades que no con cualquiera tenía, discusiones profundísimas sobre temas sumamente triviales y, después de ese primer beso que, debo confesar, me llevó a una muerte efímera, pero elevada, en un estertor de placer cercano al éxtasis, descubrí a la mujer que tanto buscaba, a la Elisa de mis sueños –ya lo sé, suena cursi, pero eso era, quiero apegarme lo más que se pueda a la realidad.

Aun cuando no andábamos, esos fajes eran desgastantes pero sustanciosos, exquisitos, primorosos; de ese modo llegamos a la conclusión de que no tenía caso echar a perder todo lo bueno de esta amista v-i-p con compromisos sin importancia. Y aunque mis sábados y domingos estaban destinados a ensayar con la FunkyFuria (en ese entonces mi banda), empecé a dejarlos tumbados con los eventos por irme a dar el rol por Tlatelo, la Condechi, Micky Angelo de Quépedo y otros lugares por todo el defectuoso que fueron testigos de nuestro desborde de pasión desenfrenada, por decirlo de algún modo.

Pasaron los meses y poco antes de acabar el último semestre ella empezó a portarse más rara de lo normal, se alejó y yo presentí el impostergable rompimiento, con todo y cornamenta de por medio; pero no, en lugar de eso los encuentros ocasionales incrementaron al grado de estar a punto de abandonar toda relación social que no estuviese vinculada con ella. El mismo día en que me fue entregada la constancia que acreditaba mi egreso indiscutible de aquel lugar de vicios y virtudes, de juicios y perjuicios, de grandilocuentes discursos y tocadas pacheconas; ella recibió la terrible noticia del truene irremediable de la materia más repugnante de aquel nefasto curso y la consecuente pérdida de toda esperanza de salir ese mismo año de la escuela. Eso quebró aún más la fragmentada relación al grado de decidir darnos un tiempo, –¿de qué?, ¿quién sabe? pues como lo referí líneas arriba, no teníamos nada que nos atara mutuamente– y esperar que se arreglaran las cosas.

La quise mucho, tanto que llegué a nombrarla manager de mi nueva banda, Gernika Sound System, misma con la que, después de varias semanas de ensayo, volvería con otros compañeros de trinchera a tocar. Estábamos listos para volver a los escenarios, con una alineación legendaria, a nuestro contexto: El trueques, bajista reconocido en el bajo mundo de los reggaeceros por sus maniobras con su instrumento en pleno concierto, experto en slap´s y que se retiró luego de estrellarle una botella en la cabeza a su baterista por “diferencias creativas”. El Nacho, guitarro que se especializaba en hacer cover’s a las bandas ochenteras, el cual después de volverse según él mormón no quería tocar en ningún concierto de esos mundanos, decía, y que cedió sólo después de que le prometimos chelas gratis en los toquines (no cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el mormón). Pedro, un cuate de la secu que encontré una tarde en el tianguis y que después de unas guamas quedó de tocar unas rolas con lira. Tal vez era el más zafado de todos los Gernikas, pero eso no importaba, era la bandota y todo un espectáculo sobre el escenario. El maruchan en la batería garantizaba los ritmos más pachecos que podrían ocurrírsenos; además de ser el productor de nuestro próximo demo, contábamos con la seguridad de que no sería lesionado por el trueques, por ser ambos cuates muy entrañables. En los coros estaba nada más y nada menos que Lizzy con todo y su voz Fermatosa. Y yo en los sintetizadores y la voz. Nuestra reaparición se llevaría a cabo en La iglesia abandonada de Sta. Bárbara, el mismo lugar donde varios de nosotros (el trueques, Nacho y yo) nos habíamos retirado después de una guerra de bandas organizada por el Partido Obrero y el cual sólo sirvió para hacerle propaganda a su candidato y sacarnos una buena lana vía boletos y chelas. Era un regreso por todos esperado, y las entradas no tardaron en venderse entre cuates, familia y hasta desconocidos que habían oído de nosotros en nuestras antiguas bandas. Además de que el cartel se completaba con los Gang Bang Band, Gama3.24, (que tenía más nombre de estación de radio que de banda de electro rock) y los No paro en Lechería, una banda consagrada por sus letras sardónicas, retruécanos y juegos de palabras en sus rolas, además de los títulos monumentales de las mismas.

Esa noche en nuestro nuevo hoyo funky (valga la anacronía) esperábamos volver como los grandes, ahí estaba mi banda, mi chica –que después de una fantástica reconciliación, volvía a las andadas– y mi primo en el negocio de las chelas, surtiéndome como era debido del whisky adulterado que tenía a la mano, ¿Qué más podía pedir?

Los Gama hicieron sonar sus sintes y toda la gente se prendió. Tras una hora de pura sabrosura, la gente quedó ad hoc para que la Gang Bang Band tocara sus éxitos más aclamados: un ratito a tu lado y pásame esas cuatro, entre otras. Después de la GBB (por sus siglas en inglés), los No paro iniciaron con quiero remojar mi churro en tu chocolate y Quisiera que Cat Power me corriera el pussycat. Aquello era todo un sacrilegio, pero nos importaba un reverendo rábano y así nos dieron la pauta para empezar con Apocalipstick y seguirle con todas las rolas que vendrían en el En mi cuarto me encue[nt]ro…

Tocada memorable, la gente se fue hasta que los vecinos llamaron a la patrulla y ésta tuvo que desalojar la ex-iglesia. Para festejar, el Nacho se discutió en su depa unos pomos de importación y unos habanos del OCSO. Todo estaba tan bien hasta que vino a mi memoria, casi como una epifanía, la noción de estar solo; pues Lizzy se había ido con Juan (su novio) hace un buen rato. Y Náyade, ¿Con quién salió de la fiesta? La busqué y le marqué a su celular pero jamás apareció, varios días después le llamé a su casa y nadie me respondió (recuerdo que tenían identificador de llamadas así que tal vez ya no quería ni verme), de modo que me fui haciendo a la idea de que había perdido todo lo que en un año me costó ganar.

Así es como hoy que la encuentro, me pregunto en qué pensó cuando me vio de nuevo, si a ese idiota le platicó sobre lo nuestro, si la sonrisa nerviosa es porque pensó nunca volverme a ver o simplemente le sorprende el sitio en el que es casi imposible un reencuentro así. Y en estos momentos en los que creo que debo ser sincero; no puedo negar que sufro por ella, tal vez más que por ninguna otra, y es que después de la presentación, la muy culera se fue con todo el dinero de las entradas y jamás la volvimos a ver hasta hoy que la encuentro con otro cabrón gastándose mi feria.

Esta obra es producto de la imaginación del autor, cualquier semejanza con la realidad, es por que usted es muy fijado.

La máquina de pensar

La máquina de Pensar, basada en el Absoluto
 o su imagen de Dios, fue diseñada por Ramón Lull.

La máquina de pensar es una invención poética, creada en el siglo XIII por Ramón Lull (Raimundo Lulio) como una manera de aproximarse al conocimiento absoluto, y con éste a Dios; al que se le entendía como el único dueño del saber.

Gracias al uso de la aleatoriedad se podía elegir la solución más pertinente a un problema específico. Digamos que, de alguna manera, esta máquina cumplía la función que muchos supersticiosos le atribuyen hoy en día a la biblia: piensan en su conflicto y abren la biblia en alguna hoja al azar; leen el versículo señalado y ahí tienen la solución a sus problemas. Esta atribución délfica a los textos bíblicos puede llegar a extremos insospechados. Por ejemplo, una joven promesa en el mundo de las letras con problemas de “inspiración”, abre la biblia azarosamente y se encuentra con Eclesiastés 12:12

“Guárdate, hijo mío, de buscar más allá de esto. Debes de saber que multiplicar los libros es una cosa interminable y que mucho esfuerzo fatiga el cuerpo”

¡Qué pena ha de ser perder a un futuro gran escritor por lo que escribió un antisocial hace más de dos milenios¡ ¿Cuántos grandes genios de nuestra literatura habremos perdido hasta el momento por culpa de un libro lleno de rencor?

La máquina de pensar debe ser usada con responsabilidad. En manos equivocadas podría ser el fin de la gran literatura como la conocemos. Como objeto real, Gabriel Zaid ha calculado –como herramienta para hacer poemas– que esta máquina es capaz de hacer  1000 154 sonetos endecasílabos sin repetir palabras. Esto a primera vista, y en el sentido estricto de la palabra, no es algo infinito. Sin embargo, si alguien está dispuesto a hacer la prueba manual o incluso, si dejáramos a una computadora haciendo la muestra, nos extinguiríamos como especie antes de que ésta terminara de escribir. Aunque es claro que no se basó en los cálculos de Borges, Zaid nos muestra que llevar a la práctica algunas cuentas matemáticas comunes es también una utopía.


Hablando de aleatoriedad, Borges también había imaginado la biblioteca de Babel. Un sitio aparentemente infinito en el cual estaban archivados todos los libros escritos, por escribir e inclusive los que nunca serían escritos, por contar con libros completos donde nos se encontrará nada sustancial. Asimismo este cuento incluido en Ficciones es una transfiguración textual de un cuento de Kurd Laßwitz (como lo muestra Antonio Fernández Ferrer).

Es curioso que en los dos casos antes citados (la máquina de pensar y la biblioteca de Babel) la inmensidad de lo aleatorio haga percibir que es infinito; como en el caso de el internet, donde nunca podremos saber cuánta información compartimos. Esto nos hace pensar: ¿no será que el infinito, el absoluto y todas sus derivaciones sólo se nos muestran como tales debido a nuestra falta de visión? Opina querido lector.

Octavio Paz o Las Trampas del Poder (Primera parte)

“¿No pasa nada cuando pasa el tiempo?”
Una Introducción
He escrito y escribo por movido por impulsos contrarios: par penetrar en mí, por amor a la vida y para vengarme de ella, por ansia de comunión y para ganarme unos centavos, para preservar el gesto de una persona amada y para conversar con un desconocido, por deseo de perfección y para desahogarme, para detener el instante y para echarlo a volar. En suma, para vivir y sobrevivir.
Octavio Paz ha sido un pilar esencial dentro de la literatura hispanoamericana y universal; un referente para explicar el crecimiento y reconocimiento de las letras mexicanas en torno a las letras iberoamericanas. Nacido en los albores de la Revolución Mexicana, un pensamiento complejo, abigarrado y contradictorio envuelve sus reflexiones. Hombre ecléctico, erudito y existencialista; barroco, romántico, surrealista… Paz ha sido el símbolo de nuestros intelectuales y el único mexicano en ganar el Premio Nobel de literatura en uno de los países en donde menos se lee; el autor más conocido de México y entre los mexicanos, el más criticado por los académicos, pero el menos leído por todos –incluyendo al público en general–.
Nótese que escribí: ‘el autor más conocido’. Alguna vez una campaña publicitaria en la que se promocionaban sus libros utilizaba la siguiente frase como slogan: Para criticarlo, primero hay que leerlo. Esto nos muestra más de lo que parece: no sólo es la cuestión de no ser leído, esta idea también nos habla de lo que entendemos por crítica.
Para abordar la obra histórica de Octavio Paz, íntimamente relacionada entre sí, y particularmente en la biografía de sor Juana; debemos hablar de la obra histórico-antropológica más importante, –o al menos la más conocida– de su producción. El interés de este autor por la historia estalla casi desde sus primeras letras, pero se alimenta a la par de su afición por el existencialismo y el estructuralismo, los cuales sintetiza (en el estricto término hegeliano), pues para él sólo son simples formas de ver al mundo, meras cosmogonías contemporáneas.
El Laberinto de la Soledad es la explosión de todas esas inquietudes que le surgieron en la infancia y le venían atormentando en los años anteriores a la redacción del libro. Con un padre liberal y anti-gachupín y una madre española, Paz se enfrenta a una de las contradicciones más importantes de su vida, la de su origen y su identidad fundada en la oposición al otro. Todo esto cobraría mayor sentido a partir de su participación en la guerra civil española.
Otro factor por el cual estudió lo mexicano fueron los recuerdos que le venían al sentirse doblemente un extraño: primero al ser considerado un extranjero en Estados Unidos en el kindergarden, lo cual no era del todo falso. El conflicto estalla cuando al volver a México, es visto nuevamente como alguien ajeno, al ser considerado gringo, convertido en un peregrino en su patria. Años después, al percatarse de esta relación entre la otredad y lo propio, reflexiona sobre ese pasado y llega a la conclusión muy sabida por los estructuralistas: la cultura se forma en la exclusión de aquellos individuos que son diferentes. Esas son básicamente las razones que lo llevan a escribir El Laberinto de la Soledad [1].
A pesar de ser un texto muy general, y de atribuírsele a la antropología, El Laberinto es una obra histórica, y que tiene la virtud de ser, a la par, una historia de la poesía en México, pues para él es ésta la expresión cultural más sublime y libre, por lo cual estudiarla es encontrar testimonios inconscientes de la realidad. Esta idea es antecedente para una de sus obras más importantes, la biografía de Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la fe, de la cual hablaremos a lo largo de los siguientes meses. En Sor Juana Inés de la Cruz, vemos culminada la investigación de toda su vida, una biografía y un estudio reflexivo a profundidad sobre el contexto cultural de la poetisa.
El hombre no es más que un hombre de su tiempo, pero aún es hombre, un ser pensante, y puede cambiar su entorno. De ahí la vasta obra biográfica que nos hereda. Esta idea, aunada a la bifurcación identidad-alteridad, nos lleva al fundamento, piedra angular de su obra historiográfica: todas sus biografías son en parte una autobiografía y una descripción hagiográfica del propio Paz. Del mismo modo, todos sus demás ensayos sobre lo mexicano giran en torno a la experiencia personal. Es la total afirmación de que la obra histórica es también una obra biográfica. Por eso, y del mismo modo, su obra poética tiene constantes alusiones a personajes históricos, algunos infantiles, históricamente hablando, pero que se caracterizan, paradójicamente por buscar su individualidad. Todo esto hace de la obra de Paz Inclasificable desde los parámetros cuadrados de la teoría, o clasificable dentro de diversas corrientes muy distintas y contradictorias.
En este sentido, su obra permeó en el ambiente no académico, por la frescura de sus argumentos y la difusión con la que contaron sus escritos, al grado de volverse un símbolo en la manera de ver y difundir la historia. Cabe señalar que aunque su best-seller (El Laberinto de la Soledad) sea casi de lectura obligada en las escuelas, los textos de Paz no son de divulgación, aun cuando no sean del todo eruditos. Son libros para pensar. Por eso vemos en su obra la idea de enseñar algo nuevo al que no sabe y le interese saber, no por educar a la fuerza a quien no le importe el conocimiento.

Octavio Paz

Por último, vemos su obra histórica impregnada de su idea política. En Postdata, critica a los gobiernos mexicanos, así como a los soviéticos, a corrientes de derecha e izquierda. Habla pues, de la tercera vía. En ese sentido no aborta los fundamentos teóricos y metodológicos de la ideología por el simple hecho de que sus defensores sean unos tiranos, por eso es capaz de usar sin ningún empacho formas metodológicas del modelo del materialismo histórico para explicar a México, a pesar de la crítica que hace a los gobiernos comunistas. Esto se debe a su decepción hacia las ideologías en la praxis, para utilizar términos marxistas, no en la metodología. En Itinerario, llega  declararse más cercano al anarquismo, sin embargo nunca publica algo sobre este punto de vista.

Aun cuando su obra se ve permeada por todas las corrientes de pensamiento posibles, los procesos de síntesis a los que llega Paz son sumamente significativos, pues nos sirven para acercarnos a la historia de las ideas.
Aunque la soledad, la comunión, y la universalidad están presentes en toda la obra ensayística de Paz, la biografía de sor Juana es la obra cumbre en cuanto a estos principios se refiere.
Para culminar esta primera aproximación debamos señalar que en la bibliografía consultada para la realización de este trabajo, poco se menciona sobre Las Trampas de la Fe, pues el libro más analizado, criticado y leído, sigue siendo El Laberinto de la Soledad. Por ejemplo, Xavier Rodríguez Ledesma incluye en su obra sobre el pensamiento político de Paz un estudio sobre la obra en un párrafo de la página 103.[2] Por otro lado, en la obra de ensayos que coordina Héctor Jaimes sobre Octavio Paz,[3] se menciona igualmente muy poco del tema.
En el trabajo más pormenorizado que he encontrado sobre este libro, pronto decubrimos que no es más que una mera reseña wikipediosa de Sor Juana…[4]  En fin, próximamente iniciaremos, pues, con la biografía de nuestro autor.





[1] Todas las anécdotas referentes a su infancia pueden encontrarse en “Cómo y porqué escribí ‘El laberinto de la soledad’, en Paz, Itinerario, México, FCE, 1993.
[2] Xavier Rodríguez Ledesma, El pensamiento político de Octavio Paz o Las Trampas de la ideología, México, Plaza y Valdés, 1996.
[3] Héctor Jaimes, coord. Octavio Paz: la dimensión estética del ensayo, México, Siglo XXI, 2004.

[4] Ligia Maria del Carmen Cedillo Godinez, Lo apolineo y lo dionisiaco; dos visiones sobre Sor Juana Ines de la Cruz: en Las trampas de la fe de Octavio Paz y Yo, la peor de todas de Ma. Luisa Bemberg, Tesis de Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanicas, México, UNAM, Facultad de Estudios Superiores Acatlan. 95 pp.

Delirium Trémens (fragmento)

José G.S. García-Tezcaltzin.
Déjame beber de tu entrañable miel interna
Sempiterna pócima de poder.

Es que tengo sed
Y miedo a no entender que pasa,
Cuando tratas de atraer mi atención.

Cuando la fruición
Y la concupiscencia
Son la quintaesencia de Eros,
Me hallo enfermo y busco
En tu interior
A mi gozo aquel remedio.

Delirante, incitante a ser,
Un pecado inevitable.

Déjame rastrear
En tu perenne mar
El fuego griego
Que esta estípite ha erguido.

Que me ha perdido entre Samos y el Nilo,
Inquiriendo por la fórmula inmortal.

Quiero paladear el sabor de tu elixir
Y creer que sigo vivo.

Déjame probar el soporífero mezcal
Que tu piel ha bendecido.

Y morir después, cruzar a través
De tus lindes y cumplir con mis designios.

Llévame al Edén, al Umbral de la existencia
Donde todos resurgimos 
en la quintaesencia de Eros (...)

Vaguedades infinitas. Editorial No.1 (enero 2012)

“Carmina sola carent fato mortemque repellunt;
carminibus vives semper, Homere, tuis.

[Sólo los cármenes no tienen hado, y rechazan la muerte;
por los cármenes tuyos vivirás siempre, Homero.]”

Séneca. La memoria vive en las letras.

Desde este momento invoco a las Nubes e imploro tu condescendencia, estimado lector, hacia este humilde divagador por tratar de seguir el abrupto camino de las ideas sin saber en qué lugar va a parar. Agradezco de antemano que perdones mis perogrulladas y te invito a que vaguemos, pues, por la lemniscata gnoseológica. Conocer es infinito en cualquiera de sus connotaciones:


1. Como saber percibimos la magnitud de los conocimientos, no sólo de manera teórica, sino práctica; de ahí que es imposible saberlo todo de un tema, por muy pequeño que parezca, mucho menos sabremos todo sobre cualquier cosa. Como decía Chejov: “Sólo los imbéciles y los charlatanes creen comprenderlo todo.” Al admitir nuestra ignorancia, encontramos de consuelo aquella frase: “todos somos ignorantes lo que pasa es que no todos ignoramos las mismas cosas.”

2. Todo saber es infinito en relación con otros conocimientos. Inclusive todo proceso de aprendizaje necesita que asimilemos el conocimiento que se nos presenta a partir de lo ya conocido.

3. Conocer “de vista” nos hace percibirnos liliputienses ante nuestro incontenible entorno. ¿Cuántas cosas (no) hemos aprendido de vista? ¿Cuántas ignoramos por no haberles prestado la suficiente atención, o por considerarlas menos importantes que otras?

4. En la acepción que se refiere a “tener experiencia” nos encontramos con un conflicto similar al anterior. Nuestras experiencias las hemos adquirido por una consecución (casi) aleatoria de sucesos que nos llevan por sinuosos caminos que son nuestra vida.

5. “Uno puede conocer el mundo a través de las lágrimas y no sólo a partir de conceptos o teorías abarcadoras”, dice Cioran a en la pluma de Fadanelli. Si bien es cierto que las experiencias dolorosas son de las cuales aprendemos más y mucho mejor, descreo que “las letras con sangre entran,” y mucho menos abogo por un estoicismo siútico sólo hay que recordar que cuando tenemos que enfrentar situaciones adversas nuestros sentidos se agudizan y facilitan el aprendizaje. En la historia sucede lo mismo: nuestros errores como especie humana no se repiten, lo que permanece es la ambición humana de controlar a otros… Durante la segunda mitad del siglo XX, desde el holocausto hasta el atentado a las torres gemelas, nuestras ideologías parecen sucumbir y darle paso al regreso de los sofistas. Pero también ahora se han agudizado las contradicciones y estamos ante una situación crítica: tenemos que aprender a decidir.

6. Ser distinguido: hacerse conocer. La idea de inmortalidad ha llevado al ser humano a crear la cultura. Octavio Paz afirmaba que al percatarse el hombre primitivo de su condición de mortal, comenzó a crear para ser reconocido, recordado, divinizado…

7. Reconocer. Del anterior punto pasamos al reconocimiento. Todas las aportaciones al conocimiento las hemos hecho en virtud del reconocimiento; sin éste, no sobrevivirían las ideas.

8. Distinguir. Nadie ama lo que no conoce, eso ya es bien conocido por todos, la idea de Dios, de Ciencia, de Revolución y actualmente la semiología, son el conglomerado de creencias que nos han permitido acercarnos a un principio que parecería ser “infinito”: el absoluto. Es por eso que en este blog sólo hablaremos del conocimiento por sí mismo, no con fines dogmáticos, sino ideológicos –en el estricto sentido de la palabra (ver ideología en el diccionario de la RAE) –.

9. Tener una idea cabal de uno mismo. Recordemos la transcripción del oráculo de Delfos “γνῶθι σεαυτόν”. Conócete a ti mismo, como parte del ritual de predicción, era necesario el autoconocimiento para llegar a una interpretación más ‘precisa’ del oráculo.

10. Tener trato. Por último, la conversación es el recurso más sencillo de conocimiento, por el cual llegamos incluso a aprender más que de la lectura. Además de que, hasta hace unos años, la escritura era concebida como un monólogo del autor que permitía al lector conocer. Ahora se entiende que todo acto de escritura también debe ser un diálogo. Permítanos, estimado lector, charlar y divagar a través del conocimiento.


En esta primera edición vagaremos en torno a uno de los escritores que han tratado de conciliar lo conciso y lo absoluto: Gabriel Zaid. Nacido el 24 de enero de 1934, (un día como hoy pero hace 88 años) en Monterrey, Nuevo León. Acompáñennos en este vagar por la obra de Gabriel Zaid. También abordaremos temas sobre lo infinito y algunas cosas más.