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domingo, 24 de junio de 2012

[Editorial]: Vaguedades Mexicanas.


Quien pretenda hacer una seria investigación sobre la «cultura mexicana», se encontrará ante un campo lleno de vaguedades.
Samuel Ramos, El Perfil del hombre y la cultura en México.
Se ha dicho que un pueblo que desconoce su historia tiende irremediablemente a repetir los mismos errores del pasado, que la historia es inalienable a los héroes y a sus logros, y que en realidad no tiene una utilidad práctica, porque los que la estudian serán, inexorablemente, profesores o cronistas de la ciudad o pueblo en el que habiten; pero en estos días de celebración y reafirmación del nacionalismo, los beneficios obtenidos de ella, por parte del Estado son onerosos y exorbitantes, tanto en lo económico, como en lo político; incrementando el turismo en los lugares donde los acontecimientos ocurrieron, consolidando los símbolos de autoridad adoptados por la revolución y mitificando a los representantes de su idiosincrasia política; para recibir, casi de manera recíproca, los favores otorgados por la Historia de Bronce. También se cree que el historiador es un individuo lleno de datos inútiles y fechas imprecisas e irrelevantes, una enciclopedia con piernas que sólo se limita a recitar, denostando a los vencidos, y exaltando a los vencedores, por el bien de la identidad nacional. ¿Será todo esto cierto?
Estas ideas tienen su origen en nuestras primeras clases de historia, donde se nos enseñó, igual que en un melodrama barato, cómo los héroes siempre triunfaban sobre los villanos, cómo los ídolos históricos henchidos de grandes discursos, retórica y palabras célebres dignas de una tapia en el Congreso, daban estabilidad al país, recibían amnistía por parte de los rivales, o aún más execrable, consumaban un acto tan digno, siendo mártires de una conquista ajena. Todo esto cae por su propio peso al encontrarnos con una realidad ajena a esas utopías; y al vernos sometidos por la decepción, recurrimos a detestar ese sinfín de quimeras y falsas convenciones.
Como ya hice mención algunas líneas atrás, los Estados y en particular los gobiernos, se sirven de la historia para consolidar su hegemonía política, disfrazados como herederos de un movimiento social; aunque idealizándolo como un momento emblemático de nuestra Historia de Bronce. Estas construcciones idílicas de un pasado glorioso son muy similares a las de los gobiernos teocráticos, donde los reyes se hacían pasar por hijos de algún dios. Los gobiernos modernos practican rituales casi religiosos una vez cada año para recordar a los ancestros colmando de bendiciones al sistema dominante y mostrando al pueblo sometido el poderío del Estado –el desfile del ejército el 16 de septiembre, por ejemplo– mientras un raudal de relatores especializados en inmemorables fechas y anécdotas que no vivieron, describen de manera fútil y pretenciosa lo que para ellos es incuestionable: la historia de los héroes.
Para empezar, la historia, como todas las disciplinas conocidas como humanidades, es un instrumento de apoyo para comprender a las sociedades actuales, evitando su enajenación, siendo en primera instancia una herramienta de catarsis colectiva. En ocasiones, la historia, y en general la cultura, cumplen esta función catalizadora de emociones y refugio intelectual a los problemas cotidianos, a esto le llamamos catarsis colectiva, útil para mantener dominada a una población. Un ejemplo de ésta son los programas ‘críticos’ de Tv. Sin embargo, una sociedad que advierte su condición de sumisión comprende también que la catarsis misma es sedición, cuando se tiene conciencia de su razón de ser. Ejemplo de esta son los movimientos sociales, ya sea el Ocuppy Wall Street, las primaveras árabes, los indignados, o en el caso de México, el movimiento #YoSoy132.
No con esto hay que ver en la historia a un gurú que nos enseña a vivir en armonía, ni a un juez del pasado, que nos indica el camino correcto para no cometer las mismas faltas dado que hemos pensado falsamente que la historia es la panacea a los problemas sociales.
Todos los talantes de la Historia podrían conjugarse en un estudio más completo, enfocado en la actualidad a partir del pasado. Es verdad que esta labor en misma es atrevida, pero es inobjetable, y a la vez redundante la razón por la cual se hace historia: comprender al hombre actual a partir de sus antepasados. Para esto, es ineludible el uso de otras ciencias, ya sean sociales o exactas, como la antropología, la psicología, la sociología; y hasta la medicina, la química e incluso la física.
El problema que enfrenta la historia actualmente es que para muchos está llena de datos infructuosos, nada prácticos y sencillamente inútiles. Sin embargo, la Historia no sólo es la escritura de los hechos de los grandes hombres, como nos enseñaron en nuestros cursos básicos; es también la explicación de todos los que conformamos la sociedad: La historia social está llena de ejemplos que rebaten por completo las ficciones históricas que justifican a los gobiernos neoteocráticos.
Por eso la historia no es rentable en un gobierno pseudotecnocrático –y digo esto por que ni siquiera se toma la molestia de apoyar realmente a la ciencia y a la tecnología, sino beneficiarse de ella–, pues  es en ocasiones un arma muy útil a la hora de comprender el comportamiento colectivo, la religión, las ciencias, los gobiernos, entre otros, y para describir, por arriesgado que parezca, cada uno de los aspectos culturales que nos han forjado a ser como somos. Esta tesis también es aventurada en días como estos en los que la historia ha perdido todo valor de identidad nacional por lo que no es tan extraño preguntarnos: ¿Quiénes somos los mexicanos? ¿Qué tenemos en común?
Aquellas construcciones nacionalistas se han petrificado y una importación de conductas surgidas en otros países han proliferado hasta este momento en el que lo que nos caracterizaba ante el extranjero (el charro, la china poblana) ahora nos avergüence, pues es mentira que los mexicanos sólo usemos huaraches.
La historia también explora cómo han cambiado las costumbres y tradiciones que creemos inalterables, o bien, el crecimiento intelectual y la apertura ante la cultura de otros países, por lo cual, podemos ir más allá de sucesos que creíamos eran Historia.
En estas vaguedades […] exploraremos nuestro dédalo cultural, desde un meta-poema que trata sobre el poeta solitario y arrabalero, tema que ha figurado en nuestra revista anteriormente; pasando por la última entrega de un ensayo sobre uno de tantos autores que exploró justamente la identidad mexicana, Octavio Paz, para continuar reflexionando en nuestra sección de [crítica] sobre un libro que reconoce cierta influencia de este autor y que también es hizo una búsqueda de la identidad, en este caso, de toda Latinoamérica a través de la novela Cien Años de Soledad.
Continuaremos rondando sobre la heroicidad y su relación con la santidad y la construcción de nuevos héroes mexicanos, aunque esto nos parezca extraño o desconocido. También vagaremos por la historia de los medios de comunicación. Entregamos un fragmento de la historia de los heterodoxos mexicanos, que obtiene su nombre de un ensayo que se ha publicado en esta revista y que ha cobrado carácter de columna: Las Trampas del Poder; y qué mejor que estrenar sección con uno de los máximos heterodoxos de nuestra historia, que nació novohispano y murió en México: Fray Servando Teresa de Mier.
Completaremos dos artículos que quedaron pendientes en el número anterior: uno sobre los tipos de futbolistas y el otro acerca de la propiedad intelectual y el plagio.
Por último, tomamos como excusa algunos Spot’s Políticos del Movimiento Progresista, para hablar de las campañas electorales.
De este modo los invitamos a vagar por nuestros propios laberintos.

[De Tablillas a Tabloides]: Introducción.

Leer es un lujo de pobres, de enfermos, de presos, de jubilados, de estudiantes ociosos, como antes los había. Gabriel Zaid, El costo de leer.
Las amenazas de los medios electrónicos en contra de la literatura son estimulantes. Una vez anunciado nuestro fin, podemos comenzar a escribir novelas armadas de una renovada tranquilidad, aunque esta extraña calma provenga del desasosiego. Guillermo Fadanelli, Realidad y Novela.
Soy un defensor de mirar nuestras novedades con ojos de historiador, como si nada fuera del todo reciente, tratando de rastrear algunos antecedentes o aquello que –el denostado por la academia– Octavio Paz llamaba las rimas históricas. A veces los periodistas, hombres de lo instantáneo, cometen el error de creer que todo lo actual es moderno y novedoso. Habría que comprobar justamente en el caso de los periódicos cómo estos individuos están en un error.

S
e dijo que los medios masivos de comunicación –radio y televisión– serían la gran revolución cultural que llevaría a la humanidad a conocer sobre cualquier tema, haciendo de lado a los medios antiguos de información: revistas, periódicos, libros; que éstos últimos dejarían de existir por la obsolescencia en el modo en que mostraban sus contenidos, obligando al receptor a leer, buscar, investigar, requiriendo un mayor interés por parte de éste, oposición a los –hasta entonces–  más recientes medios que harían al destinatario un ser pasivo, que sólo necesitaba escuchar y/o ver para recibir la información. Sin embargo, aun en nuestros días, los medios de comunicación escrita han sabido sobrevivir e inclusive, adaptarse a las nuevas tecnologías, creando por ejemplo, diarios digitales. Este ensayo pretende comprender porqué han sobrevivido los diarios a pesar de que, como se ha dicho, la cultura escrita –en particular la referente al libro– está agonizando.
Los medios para difundir información han ido cambiando a través de la historia y a la par del público al que van dirigidos. En el caso específico del periódico, basta recordar que éste quiso competir con el que –hasta entonces– era el medio más utilizado para compartir contenidos: el libro. Éste a su vez fue el detonador de una revolución cultural en occidente. Gracias a la imprenta de Gutenberg se produjo una proliferación significativa de libros, lo que permitió a su vez, una mayor cantidad de lectores, debido a que la información podía correr de manera más rápida y precisa. Antes de este gran descubrimiento la única manera de tener una obra era a través de transcripciones hechas a mano en soportes más caros, lo que ocasionaba un atraso considerable a la hora de hacerse de los textos. Esta revolución repercutió de tal modo en las ideas que, según Jaques Barzon.Las esperanzas de reforma de Lutero podrían haber naufragado, como tantas otras de los anteriores 200 años, de no haber sido por la invención de la imprenta. El tipo móvil de Gutemberg fue el instrumento físico que desgarró Occidente de lado a lado.”[1]
Aun así, ningún cambio sucede por mismo ni repercute de manera significativa y única, así que fue necesario hacer otros cambios en los materiales para que esta revolución cobrara sentido.
Por esta razón, los gobiernos tuvieron miedo a que estas ideas subversivas se difundieran en las páginas de los nuevos libros y comenzaron a censurar este medio. Con todo y esto, los vendedores se las ingeniaron para hacer llegar la información hasta los lectores, y aunque existieran aduanas de libros, el contrabando fue común en los puertos.[2]
Ya en el siglo XIX, y como lo menciona Fritzsche, la Revolución lectora se debió principalmente al auge de los diarios en las ciudades y a la secularización de las lecturas.[3] Sin embargo esta nueva revolución no tuvo las mismas consecuencias en los territorios ajenos a Europa; y aunque en todo el mundo los tabloides tenían fines meramente propagandísticos y hasta masónicos, aquí en México, los periódicos además de los claros tintes político-ideológicos y religiosos, tenían fines proselitistas al fomentar algún levantamiento o asonada; por eso se decía en aquella época que “periódico que cuenta un año de vida, se tiene ya por periódico formal, por que este hecho indica que no servía sólo a intereses momentáneos.”[4] Esto demuestra la gran influencia que tenían los periódicos debido a la existencia de un amplio mercado de lectores. Sin embargo, ya fuera en Alemania o en México, como estos medios habían logrado superar en lectores a los libros, muchos autores comenzaron a publicar sus textos en entregas a través de las revistas o en los semanarios.[5] Eso es lo más significativo y el más claro ejemplo de lo que perdura o bien cambia para seguir subsistiendo: la literatura sobrevivió porque supo adaptarse a los nuevos medios, aunque claro, la novela y el diario respondan a una misma época: aquella de la segunda revolución lectora, la de las lecciones menos religiosas.
A pesar de que en México los periódicos estaban destinados a las élites que sabían leer, en Alemania su existencia fomentó el hábito de la lectura. Esto demuestra que el problema del analfabetismo puede resolverse con mejores resultados si fuera un requisito para realizar ciertos trámites el que la gente leyera en lugar de solamente poner bibliotecas y hacer publicidad sobre la importancia de la lectura, donde nunca se muestra al autor, sino a cualquiera otra figura pública.[6] Quiero ser más conciso en esto y por ello citaré un ejemplo. A finales del siglo XIX, Emilio Rabasa decía que el voto universal sólo provocaba la demagogia, pues la gente era fácilmente manipulable debido a la ignorancia que se tenía sobre los candidatos por los cuales tendrían que votar –si al menos se sabía que se tenía que votar.[7] Ante la oposición de los jacobinos que afirmaban que esta propuesta limitaba la participación ciudadana, Rabasa contestó que por el contrario, esa opción fomentaría la lectura y a la vez, una participación –consciente– dado que para ser ciudadano y contar como tal había que saber leer.[8]
que los historiadores sólo relatamos lo que ha sucedido pero me permito una pregunta un tanto especulativa. ¿Qué hubiera pasado si esta propuesta se hubiera consolidado como ley? ¿Cuánta gente realmente saldría a votar, con-vencida de lo que está haciendo? Esta reflexión se queda para el tintero debido a que, como ya dije, los historiadores sólo relatamos los hechos que acontecieron, no los que pudieron ser.[9]
Otro fenómeno que debemos explicar acerca de los medios es el problema que hay entre el costo y la calidad, la diferencia entre los periódicos y los libros es que el costo con que los últimos se presentan es mucho más elevado, mientras que los dueños de los primeros aprendieron a solventar parte de sus gastos gracias a la venta de publicidad que fueron incluyendo en su interior. Por el contrario, los libros se fue-ron haciendo cada vez más caros en relación al reducido número de ejemplares que se imprimían de una misma obra, o por el contrario la calidad disminuía debido al poco cuidado que se tenía a la hora de publicar grandes tirajes. En ambos casos, se perdió la calidad en pro de la masificación. Aunque hubo casos en los que los medios no fueron baratos pero incrementaron su calidad y la información útil en sus páginas.
En el México del siglo xx, la revolución del diario Excélsior ocasionó que los buenos periódicos vieran en la calidad un buen negocio, puesto que, ante el boicot que sufrió el periódico, Julio Scherer decidió vender calidad y prestigio aunque incrementó el costo, y le funcionó. Pero este cambio no duró mucho tiempo y al cabo de unos años, el diario sufrió un golpe en su dirección que llevó al grupo exiliado a crear nuevos medios como Proceso, Unomásuno y Vuelta, con menor éxito que el Excélsior.[10]
Por eso, a pesar de que los medios impresos subsistan por casi cien años, en contraparte a los medios masivos que son a su vez más populares y mayormente influyentes, siempre es mejor estar informado a través del diario, o bien de los libros, que aun persisten contra todas las falsas expectativas. Estos medios en nuestros días presentan una menor persecución y por lo tanto, menos censura, porque son menos importantes. Sobre esto, y en especial sobre la censura literaria, Gabriel Zaid nos dice:
El problema de la censura meramente ideológica o moral, en los libros y en las revistas, es francamente marginal a los intereses del gobierno, y se manifiesta en forma esporádica por iniciativas ajenas a la administración pública.[11]
En nuestros días, con la proliferación de nuevos medios de comunicación en los que los ciudadanos tienen mayor participación o inclusive el control de algunos de ellos –como es el caso de los blogs y las redes sociales– nos encontramos ante una tercera revolución lectora. En esta nueva transformación social, los gobiernos se han mostrado sumamente impactados y han reaccionado de manera exacerbada, debido a la importancia de estas formas de comunicación,[12] llegando a prohibir el uso de estas tecnologías, o bien, tratando de controlarlas, como sucedió en Veracruz, donde unos jóvenes fueron arrestados por advertir a la población de un supuesto ataque de un grupo armado. Aunque al final fueron puestos en libertad, este hecho quedó como antecedente para una futura legislación antiterrorismo cibernético.[13] Es curioso que esta noticia se diera a conocer primero por las redes sociales y de ahí pasara a los medios de comunicación masiva, no sin antes ser difundida por los periódicos en su versión digital. Este hecho suscita una nueva reflexión: ¿En serio los medios de comunicación escrita están en extinción o es que los medios populares no han podido adaptarse lo suficientemente rápido como lo han podido hacer los medios escritos? Los diarios y las revistas ya están disponibles en la web, de modo que en algunos casos, cualquiera puede revisarlos, por lo cual el gasto de papel se ha disminuido considerable-mente.
Actualmente, para enterarte de lo que se dedica el conocido o el vecino, lo primero que haces es leer el muro de su Facebook. Pareciera que volvemos a una nueva cultura de la lectura, aunque ésta sea desenfrenada y mediocre, en el sentido estricto de los contenidos y el uso del lenguaje. Pareciera también que volvemos a utilizar ideogramas y símbolos para expresar ideas completas –por ejemplo el símbolo formado con los dos puntos y el paréntesis final que representa una sonrisa [:)]. Existe también el uso deliberado e injustificado de las faltas de ortografía como un modo de protesta ante las reglas del lenguaje, pero eso sólo conlleva a una decadencia en el uso del mismo y a un futuro cambio en los modos en que se comunican los seres humanos.[14] Paradójicamente, en la era de la información, todos estamos incomunicados; porque a pesar de que podemos informarnos prácticamente de casi todo lo que queramos saber en el momento mismo en el que queramos hacerlo, los contenidos no fomentan a la reflexión, sino solamente a la información dura y concisa, e inclusive, falsa. Aunque podamos encontrar información útil sobre nuestros intereses intelectuales, la mayoría de la información que circula en internet es incompleta e incomprobable.
Además, la comunicación digital está lejos de ser real, al verse permeados estos medios por un discurso aspiracional por parte de los integrantes de éstos. Además de que, al ser figuras públicas, los usuarios de alguna red social son proclives a verse acosados o agredidos por otros miembros. Esas son las consecuencias de la libertad de expresión. Por eso es necesario cuestionar a los políticos a través de las redes sociales, los critiquemos, sin denostarlos, pero así entiendan para qué sirven estos medios.
A favor de esta proliferación de la información, podemos decir que gracias a ésta los periódicos han logrado salir avante de la crisis en la que los había dejado la televisión y la radio. Aunque en México los medios digitales están muy lejos de ser públicos –en el sentido en que sean para todos– el incremento en los lectores gracias a los periódicos en la web y los blogs, han permitido, por ejemplo, estar al tanto de lo que sucede en nuestro país a través de algún periódico francés o español, y compararlos con los medios locales. Este aumento de la información, usada de manera responsable, coadyuva a que podamos conocer más a un costo relativamente reducido y con eso, tomar decisiones más responsables. Ahora sólo hace falta democratizar estos medios.
Hasta aquí he dado un breve esbozo al avance de los medios de comunicación, desde el libro del siglo XVI hasta las redes sociales de nuestros días. He mostrado también las que considero las tres revoluciones intelectuales de la historia moderna:
1. La revolución del libro, la imprenta y sus repercusiones en la Reforma protestante;
2. La revolución lectora, mencionada por Peter Fitzsche en Berlín 1900 y que se caracterizó primordialmente por la secularización de los escritos y la proliferación de los periódicos; y
Descripción: Vaguedades punto.bmp3. La que bien podría llamar la revolución digital, que se caracteriza por la paradoja del exceso de información, y la libertad con que ésta es compartida; así como de los nuevos movimientos sociales que se han gestado desde una computadora.



[1] Jaques Barzon, Del amanecer a la decadencia, México, Taurus, 2005, p. 31
[2] Para el caso de México hay mucha Hemerografía al res-pecto, por citar algunos artículos: Cristina Gómez Álvarez, "Comercio y comerciantes de libros en la carrera de indias: Cádiz-Veracruz, 1750-1778", en Historia Mexicana, Vol. LVII, Núm. 3, enero-marzo, 2008, México, COLMEX, p. 652., Pedro Rueda Ramírez, "Las librerías europeas y el Nuevo Mundo: circuitos de distribución atlántica del libro en el mundo moderno", en Idalia García Aguilar y Pedro Rueda Ramírez (comps.) Leer en tiempos de la Colonia: imprenta, bibliotecas y lectores en la Nueva España, México, UNAM, 2010, p.  113. Y en cuanto a libros: Pablo González Casanova. La literatura perseguida en la crisis de la Colonia. México: FCE-COLMEX. 1968. Francisco Fernández del Castillo, (comp.), Libros y libreros en el siglo XVI, México, FCE-AGN, 1982. p. 12.
[3] Peter Fritzsche, Berlin 1900, México, Siglo XXI, 1998., p. 63.
[4] Irma Lombardo García, “Ignacio Cumplido, un empresario nacionalista” en Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1989, p. 38. Citado por María Teresa Camarillo, “Los periodistas en el siglo XIX” en La república de las letras. Asomos a la cultura escrita de México decimonónico, 3 vols. México, UNAM, 2005. Vol. 1, p. 161.
[5] Por ejemplo Ireneo Paz –abuelo de Octavio Paz– publicó en su imprenta el periódico La Patria Ilustrada, en el que a su vez presentó sus memorias tituladas Algunas Campañas. Cfr. Ireneo Paz, Algunas Campañas, prólogo de Antonia Pi-Suñer Llorens, México, FCE-Colegio Nacional, 1997.
[6] Ese es otro de los conflictos sobre la lectura, no hemos logrado vincular a los autores con sus lectores y esto ocasiona que no haya identificación entre unos y otros.
[7] Emilio Rabasa, La Constitución y la Dictadura, Colección Cien de México. México Conaculta, 2002., p. 205.
[8] Loc. Cit.
[9] Sobre el voto universal, cabe señalar que aunque esta propuesta no tiene relevancia en nuestros días, y hasta resultaría discriminatoria, nos permite reflexionar si la democracia es factible ante la ignorancia de nuestros conciudadanos; y si esta democracia de la ignorancia no resulta perjudicial al tomar nuestras propias decisiones.
[10] Sobre el Excélsior y el golpe, Cfr. Héctor Aguilar Camín, La Guerra de Galio, México, Cal y Arena, 2002.
[11] Gabriel Zaid, Cómo leer en bicicleta, México, Joaquín Mortiz, 1973, p. 139.
[12] Recordemos que las revoluciones de Oriente se deben principalmente a la difusión de ideas democráticas a través de las redes sociales.
[13] El Terrorismo cibernético consiste en acceder a cualquier servidor de alguna institución, para alterar los contenidos o impedir el acceso de sus legítimos dueños o bien el robo o expropiación de dinero virtual. El término Terrorismo cibernético está claramente acuñado por los gobiernos, puesto que ellos se hacen llamar a si mismos hacktivistas, una conjunción de hacker (persona especializada en el robo de información digital) y activista. Aun falta desarrollar una discusión más profunda sobre este tema.
[14] Sobre la transformación del lenguaje, existe un divertidísimo artículo en el que se aborda la facilidad que se es-pera del castellano. Véase Daniel Cazés, “Por un español más simple”. en Revista de la Universidad de México, México, Nueva Época, Núm. 84, Febrero 2011, pp. 69-70.